Opinión, Pensamiento

En la familia se fundamenta la cultura


Para subsistir y cumplir su función, la familia necesita la más delicada mezcla de naturaleza y convención, de elementos humanos y divinos. Su base es, simplemente, la reproducción corporal, pero su finalidad es la formación de seres humanos civilizados. Al enseñar un lenguaje y suministrar nombres para todas las cosas, transmite una interpretación del orden del conjunto de las cosas. Se alimenta de libros, en los que cree la pequeña comunidad –la familia–, que hablan de lo justo y lo injusto, del bien y el mal, y explican por qué lo son. La familia necesita una cierta autoridad y sabiduría sobre las actuaciones de los cielos y de los hombres. Los padres deben conocer lo que ha sucedido en el pasado y prescribir lo que debe ser, a fin de resistir a la vulgaridad o la perversidad del presente. En la actualidad se dice con frecuencia que ritual y ceremonia son necesarios para la familia, y ambos se echan en falta hoy en día. Sin embargo, la familia tiene que ser una unidad sagrada que crea en la permanencia de lo que enseña; su ritual y su ceremonia han de expresar y transmitir la maravilla de la ley moral que sólo ella es capaz de transmitir, y que la hace especial en un mundo consagrado a lo humanamente, demasiado humanamente, útil. Cuando esa fe desaparece, como ha ocurrido, la familia tiene, en el mejor de los casos, una unión transitoria. Las personas cenan juntas, juegan juntas, viajan juntas, pero no piensan juntas. Apenas si algún hogar tiene la más mínima vida intelectual, y mucho menos una que moldee los intereses vitales de la existencia. La televisión educativa señala la culminación de la vida intelectual familiar.

ALLAN BLOOM, El cierre de la mente moderna, Plaza-Janés, Barcelona, 1989, pág. 58.

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